John Laing (uno de los mejores maestros que he tenido, el cual entrevisté anteriormente) hace algunos años me envió este escrito, el cual redactó estando en México. En su momento lo leí con interés, aunque realmente no me hacía mucho sentido. Sin embargo, hace unos días lo volví a leer y me pareció fascinante--cuando llevas toda tu vida en un mismo país los elementos de la cultura no son evidentes hasta que tienes un punto de referencia (viajar a otro lado).

Está bastante largo, no espero que lo lean completo, pero a quien le interese aquí está. John escribe para recordar (así como algunas personas toman fotos). Realmente esto no estaba destinado a ser publicado (aunque me dio permiso de hacerlo), así que algunas opiniones pueden parecer fuertes aunque sinceras. Algo se habrá perdido en la traducción también. Las imágenes las conseguí de por ahí, no son de John.


Es difícil resumir México. Es un país de contradicciones (como diría cualquier periodista de segunda). Pero la primera cosa que notas es la extraordinaria pobreza existente. La gente pobre realmente es pobre. Lo segundo es que es un país caro para vivir. Cosas ordinarias:

  • Cuesta más de una libra enviar una postal a Inglaterra;
  • Una botella de vino (si es que la encuentras) cuesta un mínimo de quince libras en un restaurante ordinario. Vino Francés, mucho más.
  • Un viaje de cuatro horas en autobús vale más de veinte libras en cada dirección -- cuarenta libras en total.

No es barato. Así que ¿cómo se las arregla la gente? La única conclusión a la que uno puede llegar, es que la gente pobre vive en un mundo diferente; uno en donde se tienen que defender ellos mismos. Ciertamente pedir limosna es una actividad de alto octanaje y --según me cuentan-- el único dinero que alguna gente recibe es a través de propinas cuando --sin solicitarlo-- te abren la puerta del auto, cargan tus bolsas, o vigilan tu auto mientras está estacionado para que les des algo por este invaluable servicio proporcionado con tanta consideración.

Al otro lado de la escala (o, cuando menos, recorriendo un buen trayecto de la escala), mis colegas aquí en la Universidad de las Américas parecen vivir vidas bastante lujosas. Autos grandes, espléndidos; casas bonitas; ropa cara; etc. En resumen, todos los signos de una vida confortable. Intrigante.

Los pueblos/ciudades, sin importar qué tan elevados estén en un sentido cultural, son una mezcla confusa (nuevamente) de pobreza y esplendor. Las calles pululan con pobres y desposeídos; hay basura por todas partes, pick-ups desgastadas, y autos americanos antiquísimos que andan por las calles aparentemente despreocupados de una colisión azarosa o de su incipiente mantenimiento. Pero la gente, excluyendo a los limosneros más paupérrimos, parece ser irrazonablemente feliz. Hay colores por todos lados. Música también. Varios tipos de música de hecho, porque se puede escuchar una mezcla de percusiones desde todos los puntos del compás, llegando, lléndose, desvaneciendo y surgiendo nuevamente. Los mercados son una celebración de color, patrones y viveza. Pero no es barato. Aunque estoy seguro, después de una intensa sesión de regateo con el dependiente de un puesto, de que existe una estructura de precios distinta al menos para algunos de los locales. Todo es muy interesante, muy estimulante comparado con la certidumbre aburrida de la vida plácida inglesa.

Después del primer fin de semana fuimos a Oaxaca, una ciudad antigua como gran significado. Puedes obtener la impresión de que es bastante pequeña cuando caminas por el caos del centro. Pero tiene una población superior al millón de personas! Puebla, la ciudad que está cerca de la universidad, tiene una población (según se me dice) de más de dos millones. La ciudad de México, más de veinte!

montealban.jpg

Decía, Oaxaca tiene un sitio --un lugar ahora llamado Monte Albán-- el cual hace ver a Stonehenge como un juguete de niños. Ellos, los Zapotecas, decidieron habitar esta montaña (alrededor del 500 AC) y penosamente (¿cuantos años de labor agobiante hay ahí?) quitaron la cúspide entera de la montaña. Entonces convirtieron esto en un espacio inmaculadamente plano de tal vez medio kilómetro de largo por 400 metros de ancho. En este espacio se dispusieron, con precisión matemática, templos y pirámides escalonados; un anfiteatro que albergaba un juego de pelota extraño pero muy importante (en algunos centros el equipo perdedor no sólo perdía el juego sino su vida. Esto ayuda a poner en contexto el incidente de hace algunos años, en el que un portero colombiano dejó pasar un gol vital en un partido de fútbol, el cual fue asesinado a tiros por fanáticos después del partido); un extraño observatorio alineado a los movimientos del sol; y demás. Debajo del sol, a cerca de 2,500 metros del nivel del mar, uno se torna de color rojo intenso. En contraste, los locales, que andan por todas partes vendiendo sombreros y reliquias zapotecas "originales" que encontraron por una extraordinaria casualidad (y tú vas a ser el primer suertudo en tener la oportunidad de comprarlo), son de un color extraordinario, que sólo puede describirse como del color de una piel bien curtida en una montura de 200 años de antigüedad.

Esta tarde, de regreso en el centro, Susan señala un cartel, "¿Es bueno?", pregunta. "¿Quién?", respondo, mirando este cartel algo desgastado que anuncia un tal Joaquín Achucarro estará tocando el piano esa noche en la iglesia de Santo Domingo. "¡Joaquín Achucarro!", exclamo "No he escuchado de él en años. Un pianista español. Sí, deberá ser bueno. Ciertamente era bueno. Iremos.", y así fue.

Alguien había sido poco respetuoso con el piano. Cuando entramos al lugar (un claustro abierto del siglo 17, construido con piedra local de color ocre pálido) había dos locales regordetes con cara de pena haciendo todos los procedimientos para aparentar ser afinadores de piano. Intentaban, de la mejor manera posible, y dentro de sus habilidades muy posiblemente recién improvisadas, convencer un viejo piano Steinway grand de que emitiera sonidos remotamente armoniosos. Escuchando sus esfuerzos, surgían serias dudas respecto a ello. Para ellos un octavo caía entre un siete y medio y un ocho y medio.

Del artista en sí mismo -- era inmediatamente evidente que los años, de cierta manera, habían sido muy amables con el Señor Achucarro. Su aspecto era de aquél del más amable de los tíos, cuyos sobrinos uno esperaría escuchar chillar de emoción ante el prospecto de otra dulce visita. Sus cabellos, plateados de textura fina, caían sobre su rostro de facciones finas. Su vestimenta era gris con negro, y una camisa blanca deslumbrante que brillaba contra su piel morena cálida; todo de vieja usanza, en ambos sentidos.

En todo, entonces, una presencia reconfortantemente amable. Pero, en otros sentidos, como fue rápidamente aparente, el pasar de los años se habían hecho notar con los fríos, acalambrantes pesares de los años avanzados.

Estos presentimientos del tiempo imperdonable tristemente se confirmaron cuando el Señor Achucurro se sentó a tocar (con media hora de retraso después de que los dignatarios locales se saludaban y charlaban con gran estilo y exuberancia). Empezó con "Barcarolle" de Chopin, un favorito mío, y muy pronto pareció estar hasta los talones en deficiencia técnica y un déficit de memoria para las notas. El piano dio lo mejor de sí para obedecer, pero los sonidos tristemente estaban algo lejos de melodía. Más tarde, la Tercera Sonata de Chopin (otro de mis favoritos. De hecho, si tuviera que escuchar sólo dos piezas de Chopin serían la Barcarolle y la Tercera Sonata). Joaquín volvió a tropezar en el camino de una memoria vacilante al tocar un pianoforte de Winifred Atwell.

Pero la audiencia aplaudió locamente y con fervor evidentemente sincero.

Durante los intervalos los locales actuaban como pajaritos enamorados, cortejando, acicalándose como periquitos.

Segunda mitad. Debussy. Tres preludios. Joaquín parece más cómodo. El piano intenta doblarse más a lo que quiere que escuchemos. Toca bien. Entonces, "La Maja y el Ruiseñor" por Granados. La poesía española definitivamente empieza a tejer su encanto. Termina con "La Puerta" y "Navarra" por Albeniz. La audiencia está extasiada.

Joaquín, para este entonces, transmite un encanto relajado y la modestia de un caballero sabio, aristocrático, cuyas propiedades heredó en vida a sus hijos errantes, pero quien -en sus años otoñales- emana una benevolencia interminable. Se desabrocha su impecable saco y se sienta una vez más al piano.

Qué rara elección: un estudio solo para la mano izquierda, de Scriabin. Esta peste neurasténica de Scriabin está tan lejos de la sangre picante mexicana como uno se lo puede imaginar, pero, para este entonces el piano comienza a sonar como jugo de durazno recién prensado. "Bravo" gritamos todos. ¿Porqué no un waltz de Chopín? Joaquín ahora se mete de lleno, sin importarle la falibilidad técnica, y alcanza el corazón elusivo de esta pieza. Se avientan sombreros al aire.

Tan pronto como se sienta al piano de nuevo, aparece detrás del piano una niña tímida vestida tradicionalmente. Las manos del maestro ya están alzadas, listas para retar a los enemigos del corazón y el espíritu a un duelo a muerte. Se detiene. Ella se acerca. Medio se levanta. Ella titubea. Viendo que sólo en confuso y avergonzante para la pobre dama; sugiere, con un gesto apropiado, que puede esperar sólo un minuto, y se lanza de lleno a uno de los Preludios más tempestuosos de la Op. 24. Wow! Salen chispas del piano mágico y la audiencia explota en júbilo colectivo.

Joaquín permanece ahí parado, sonriente y paternal, pero también apenado como un niño en su primera comunión, quien, a pesar de su nerviosismo, definitivamente quiere complacer a los invitados que han tenido la amabilidad de presentarse.

achucurro.jpgLa niña reaparece e, inclinándose a manera de agradecimiento, acepta el presente de dos piezas tradicionales de alfarería mexicana; uno para él y otro para su esposa, una dama de cabello gris quién obviamente ha adorado la devoción de su esposo al piano a través de las décadas. Nos paramos todos para aplaudir y bendecirlos. Hay lágrimas en mis ojos, y siento mi buena suerte evidenciar esta muestra extraordinariamente natural de gozo colectivo.

Eventualmente se le permite a Joaquín retirarse, y la audiencia se filtra a la noche de terciopelo del pueblo. En muchos, muchos sentidos demasiado elusivo para describir. Nunca había disfrutado tanto un evento musical en mi vida entera.

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En la universidad mis estudiantes son buenos. Intentan, a pesar de una deficiencia bastante notoria en educación visual avanzada. Son extraordinariamente amables y respetuosos. Algunos francamente son bien acomodados. Pero esto no evapora sus instintos para complacer. En comparación, los estudiantes ingleses parecen demasiado sabelotodos, cualquier inocencia que puedan tener se ha perdido en el caparazón de la búsqueda de la "sofisticación". Aquí, en México, quieren aprender, y a pesar de que su día de estudio bien pudo comenzar a las siete de la mañana y yo no los veo sino hasta las seis de la tarde, trabajan duro, escuchan y tratan de mejorar su entendimiento.

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El segundo fin de semana fuimos a Xalapa, una ciudad no muy lejos de Veracruz, en la cosa del golfo. Más caos. Nos acompaña una de mis alumnas más encantadoras, Isabel. Ella y su madre, Anna, son nuestras guías en la ciudad vers-altántica, húmeda y tibia. De nuevo, uno experimenta la física de la inestabilidad. La vida parece estar perpetuamente en un estado de derrumbe, pero de alguna manera nunca cae al piso. Es una caída a... ¿a dónde? Aparentemente a una habilidad divina de evitar un último respiro irreversible (como dijo Samuel Beckett: "no hay nada como tomar tu último respiro en el lecho de muerte para poner nueva vida en tu ser"). Y tanta gente aquí parece crecer en ese último respiro el cual, en apariencia bastante alegre, se las arreglan para hacerlo durante todos sus años.

Nuestro cuarto de hotel está en las entrañas de un hotel exteriormente decadente. Por dentro es modesto y bien funcionalmente. Pero el cuarto tiene un color deslavado monástico. La única ventana es pequeña y angosta, más bien como una caja de luz, y está cerca de tres metros por encima del suelo; los muebles me recuerdan, de manera oportuna y apropiada, que esta sólo es una vida de transición, una preparación para una vida mejor que está por venir.

El desayuno, por el contrario, es bastante suntuoso. El cuarto está lleno de esa masa políglota en los restaurantes de los hoteles que es tan azarosa como los números de la lotería. Las meseras varían desde la resignada entrada en años, hasta la golondrina primaveral joven y nerviosa. La comida es una encantadora combinación de sorpresa y provocación, acompañada por la omnipresente tortilla delgada de masa recién horneada.

Entonces, Anna llega en su auto y nos llevan al museo de Antropología. Aquí se me caen los ojos.

Hasta ahora siempre había percibido el arte Mesoamericano como depresivamente claustrofóbico. Parece haber una impenetrabilidad en esas figuras encorvadas, supuestamente humanas. Esas imágenes, en el pasado, siempre me parecían venir de un mundo obscuro y sofocante; de un lugar donde no hay luz para alimentar la fe y la esperanza. Pero, aquí, en un espacio airoso hermosamente diseñado, entrelazado con vegetación tropical, se encuentran los restos de una civilización extraordinaria: los Olmecas.

olmecas2.jpgMucho del trabajo es muy grande - esculturas hechas de piedra tan áspera como el muesli. Ciertamente son aún más impresionantes las enormes cabezas en medio de palmeras, bambú, y arbustos. Estos, sin embargo, son imágenes de dioses implacables: guardianes de un mundo digno de miedo que oscurece el sol. (Lo cual me recuerda, separadamente, de la historia contada por los antiguos griegos que dice que los cuervos solían ser blanco hasta que, un día, interrumpiendo al dios Apolo que tocaba su arpa, repentinamente fueron convertidos en negro azabache bajo la mirada furiosa del dios colérico. Me agrada.)

Pero, de regreso en Xalapa, lejos de los dioses de la selva, hay figuras de terracota encerrados en vidrio. Estos, para mí, son lo que permanecen en la memoria. Hay tanta similitud con la condición humana cotidiana que no sorprendería escuchar a alguno de ellos murmurar una pregunta sencilla o un saludo. Sólo para tus oídos, posiblemente, sin embargo tan claro como un niño de coro cantaría. Su labios partidos al albor del lenguaje. Sus ojos miran desde miles de años y más allá. Aún estos ojos son reconocidos como del mismo tipo de las personas que caminan en el mismo espacio en el que estás. ¿Cómo se adquiere esta habilidad? Nosotros, la gente como nosotros, no sabe la respuesta a ello. Pero sabemos lo suficiente para que podamos saber, estando de pie frente a estas esculturas que punzan nuestra percepción, que estamos observando la máxima expresión de la percepción humano.

olmecas1.jpgMuchos de ellos sonríen. Si, es verdad! No puedo imaginar cómo podría ser el sentido del humor de un Olmeca, pero obviamente tenían mucho de qué reirse bajo el sol feroz. Las figuras más intrigantes son modelos de mujeres de tamaño real. Tienen una posición uniforme - de pie viendo hacia afuera, al mundo. Sus ojos miran desde una gran distancia interna. Sus bocas se abran lo suficiente como para ser descritas como 'abiertas', pero no gran cosa. Parecen estar susurrando una melodía vibrante pero silenciosa. Hay una tristeza envolvente en su aspecto, y encontramos en su descripción en español que son figuras de mujeres que murieron en parto. Acostumbrados como lo estamos a leer de la naturaleza obsesionada con la sangre de estas culturas, ¿de dónde proviene esta compasión?

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La tercera semana nuestro estudiante definitivamente se empiezan a relajar con el Profesor Blanco. Sienten que pueden convencerme y se relajan más compartiendo idea. Una chica, Janine, quién siempre me ha visto como si me la fuera a comer en un arranque de ferocidad canina, comienza a sonreír - pero nerviosamente, francamente como si todavía no creyera que soy alguien empeñado en consumir una terrible venganza a causa de una serie de una serie de infracciones. En contraste con Janine, está la hermosa Úrsula, la cual reta cualquier comentario que le haga con ojos negros brillantes, y cuestiona mis recomendaciones siempre que cuestione cualquier flujo que emerja de su espíritu palpitante. "No hay problema" me contesta en respuesta a mi cuestionamiento de la efectividad de su propuesta de diseño. "No hay problema, todo está en su imaginación, ¿...sí?", y entrecierra los ojos, mirando de cierta manera que me hace dudar de mi propio juicio. Regresándole la mirada me doy cuenta de que empieza algo parecido a un trance medianamente desconcertante, y me doy cuenta de que posiblemente puede ser algo en la manera en la que dice "¿...si?".

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Este último fin de semana vamos a Taxco, miras el mapa y parece un trayecto fácil de dos horas en auto. El autobús se toma seis. Caminos polvorientos, muchos topes y otros obstáculos no-planeados puntúan nuestro viaje. Afuera, junto a la carretera, está la típica fila de edificios decrépitos con los típicos grupos de niños jugando, señoras en el chisme, hombres resignados y perros callejeros. Las hojas secas caen de árboles grises a carreteras agrietadas por inundaciones que parecen, en la aridez circundante, haber sucedido en uno de los primeros libros del viejo testamento.

Pero llegamos. Taxco es un sueño. Un isla de vidas vigorosas dedicadas a complacerte y a venderte algo que, si no lo posees, la vida no vale la pena vivir. Hay baile en las calles y música dentro y fuera de todo café, bar, carnicería y cerrajería.

En la tarde, hombres, mujeres, niños y niñas vestidos coloridamente bailan en un escenario temporal que se tambalea peligrosamente, amenazando con caerse con todo zapateo de la innegable hombría mexicana. El pueblo entero parece estar ahí. Pero entonces te das cuenta de que otro grupo entra y sale de las puertas de la cátedra, esta a sólo unos metros de los danzantes. Y ambas poblaciones se intercambian sutilmente. ¿Cual es sagrado? ¿Cual es profano? La pregunta parece irrelevante. El canto del coro y la banda tintineante se mezclan tan fácilmente como el espagueti y la salsa de pomodoro.

Taxco es una ciudad de plata. Las tiendas exhiben y venden suficientes cantidades de plata blanca y brillante como para hundir cualquier galeón. La sonrisa, la mirada suplicante, la imploración preocupada y la mano extendida - todos forman parte de la cuidadosa coreografía de la venta.

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De regreso en Puebla. Por última vez. Digo adiós, porque no puedo escapar a esta difícil obligación con mis estudiantes. Se expresan penas. Promesas y planes se hacen para encontrarnos de nuevo en esta vida. Francamente es algo triste. Pero todo mundo sonríe. Sin una palabra mis amigos me convencen de que es posible experimentar la tristeza a través de la sonrisa. Este pensamiento simple, pero profundo, me hace sonreír.

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Parece cansino hablar de experiencias que cambian la vida. Pero no conozco otra manera para describir este país. No estoy seguro de que me guste. Experimento una nota de miedo todo el tiempo. Qué más, sin embargo, se espera cuando confrontas lo auténticamente diferente? El tiempo, tal vez, le dará a esto una identidad del cual pueda destilar un sentido permanente. Sí, mañana, el apoyo incondicional del mañana mexicano me proporcionará todo lo que necesito saber ¿...sí?

John Laing
2002