Después de una semana en España estoy a punto de regularizar mi horario. Me puedo ir a la cama a una hora decente, pero invariablemente termino despertando en la madrugada un poco más temprano de lo que me gustaría.
Esta mañana pasé de las 5am a las 6am meditando. Luego pensé: si Andrew Huberman puede liarse con cinco mujeres, y yo estoy aquí como San Ignacio, tan solo pensándolas[1], alguna ventaja sacaré de seguir sus famosos protocolos.
Los protocolos de Huberman indican que lo mejor es recibir el día con luz natural. Mira el sol al amanecer y las hormonas necesarias para realmente despertar y comenzar bien el día comenzarán a fluir.
Consulté la hora en la que sale el sol, y a las 7:20 subí por el ascensor hasta la última planta, porque el ascensor no llega hasta la terraza. Subí las escaleras y antes de llegar a la entreplanta vi los pies de alguien que estaba acostado. La jaula del ascensor me impedía ver el resto del cuerpo. Primero pensé que sería alguien de mantenimiento haciendo algo, pero cuando me acerqué vi a un chico dormido.
Es extraño cómo nos despierta más la presencia que el ruido, pues el ascensor hizo un escándalo y no despertó, pero apenas me acerqué a mirarlo, abrió los ojos y se levantó de un brinco. Era un chico de venitimuchos, alto y muy fuerte, rubio sucio con la cara llena de tatuajes, evidentemente una persona que vivía en las calles. Mi falta de mundo me impide atinar su país de origen, pero si tuviera que adivinar diría que era Canadiense, simplemente porque he visto su fenotipo (güero tatuado hasta las nalgas) en Canadá.
Debatí un momento qué hacer. Tomé aire para decir algo, pero sólo me salió un suspiro. Me hice a un lado y con la mano hice un gesto para indicarle que le estaba dando el paso para que se fuera. Y eso hizo, tomó el ascensor que yo usé para subir, bajó a la planta calle y salió por la puerta del edificio. Todo esto lo escuché desde arriba.
Cuando llegué a la puerta que da a la terraza, vi que sólo se permite la entrada a partir de las 9am. La puerta estaba protegida por un código que no servía fuera del horario. Entonces entendí que el chico se había colado al edificio para buscar entrar a la terraza donde seguramente habría camastros donde pudiera dormir, pero el código de acceso le habría impedido acceder a la terraza y decidió dormir ahí mismo.
Luego de enviar un mensaje a la administración para que cambiaran el código, miré con detenimiento el pánel para acceder a la entrada del edificio:
Me puso a pensar: hay varias responsabilidades en este suceso. Uno de ellos es que evidentemente no han cambiado el código en años (tal vez nunca). En lo que se refiere a diseño, el pánel podría ser menos rugoso para recolectar menos mugre. Si fuera algo de verdadera calidad, usaría algún material oleofóbico como lo son las pantallas de los móviles modernos, para que no acumularan esa mugre que deja rastro de los número que van marcando.
Sabiendo que el teclado no se va a bloquear, ¿cuántos intentos crees que necesitarías para abrir esta puerta?
[1] De la autobiografía de San Ignacio:
Mas, dejándolos de leer, algunas veces se paraba a pensar en las cosas que había leído; otras veces en las cosas del mundo que antes solía pensar. Y de muchas cosas vanas que se le ofrecían, una tenía tanto poseído su corazón, que se estaba luego embebido en pensar en ella dos y tres y cuatro horas sin sentirlo, imaginando lo que había de hacer en servicio de una señora, los medios que tomaría para poder ir a la tierra donde ella estaba, los motes, las palabras que le diría, los hechos de armas que haría en su servicio. Y estaba con esto tan envanecido, que no miraba cuán imposible era poderlo alcanzar; porque la señora no era de vulgar nobleza: no condesa, ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno destas.